Estamos hechos de carne y hueso, aunque cueste creer. Estamos hechos de carne, y después de todo, nuestra anatomía no es tan distinta a la de un cerdo. Mucho menos si tomamos en consideración lo de las almohadas y el paso del tiempo, el pelo que se cae, la sonrisa que se paga -o apaga-, la energía que se pierde.
Entonces, sin importar para dónde vamos, ni que las palabras nos pongan un poco incómodos, se abren las puertitas del inconciente individual y éste nos mira y grita: sinthome, jouissance, lenguaje, Lacan dejá de patearme la cabeza.
Estábamos hechos de buenas intenciones, allá, lejos y hacia tiempo, por la década del noventa. Ahí le pedíamos al vórtice que nos tragara, que nos haga uno-con-otro, que nos devuelva eso que -sabíamos- nos habían sacado antes que pudiéramos recordar.
Dejo las Vegas atrás, dejo Martínez en un envase de porcelana, dejo mis buenas intenciones con los pantalones que me saco antes de irme a dormir. Y no puedo evitar pensar, cómo si fuera casi un ultimátum mental, el motto de mí accionar implícito, que no hay nada para mirar hoy en los ojos de ese extraño.
Las circunstancias se han convertido en el elemento inefable de mi propia naturaleza. Hoy ya no tengo nada que decir: me pierdo en montauk, me pierdo en las Vegas, vuelvo a Martínez y su porcelana siempre cruel. Tengo el pulso de vidrio, tengo un intento fallido de vida en las espaldas, tengo media galletita masticada en el bolsillo de mi tapado new age.
¿Será suficiente reconocerme en un cerdo, o en una hormiga, con tal de seguir? ¿Será suficiente reconocerme a mi misma, después del paso del tiempo, después de ver el paso de tu tiempo en tu piel, para levantar la cabeza y dejar de ser la ahogada crónica? ¿Será suficiente mi galletita masticada? ¿O es que la señora del subte que grita sin parar en realidad tiene algo de coherencia en su saber?
Caminando por calle, un Lavalle y Discépolo de miércoles a la tarde, un café en la mano y el sueño golpeándome la espalda como la cuenta más pendiente de todas. Será suficiente, digo, y cierro la pregunta. Podría ser suficiente para vos, digo, y vuelvo a cerrar la pregunta.
Por supuesto que no. Por supuesto, que no. Por, supuesto que no.
Mirame bien y decime ¿es que acaso puede llegar a ser tan importante algo más que una confesión de invierno?
Ahora, también tenemos buenas intenciones. Y todos, todos nosotros, deberíamos vivir en la colmena de Cela sin decir ni mú.
Entonces, sin importar para dónde vamos, ni que las palabras nos pongan un poco incómodos, se abren las puertitas del inconciente individual y éste nos mira y grita: sinthome, jouissance, lenguaje, Lacan dejá de patearme la cabeza.
Estábamos hechos de buenas intenciones, allá, lejos y hacia tiempo, por la década del noventa. Ahí le pedíamos al vórtice que nos tragara, que nos haga uno-con-otro, que nos devuelva eso que -sabíamos- nos habían sacado antes que pudiéramos recordar.
Dejo las Vegas atrás, dejo Martínez en un envase de porcelana, dejo mis buenas intenciones con los pantalones que me saco antes de irme a dormir. Y no puedo evitar pensar, cómo si fuera casi un ultimátum mental, el motto de mí accionar implícito, que no hay nada para mirar hoy en los ojos de ese extraño.
Las circunstancias se han convertido en el elemento inefable de mi propia naturaleza. Hoy ya no tengo nada que decir: me pierdo en montauk, me pierdo en las Vegas, vuelvo a Martínez y su porcelana siempre cruel. Tengo el pulso de vidrio, tengo un intento fallido de vida en las espaldas, tengo media galletita masticada en el bolsillo de mi tapado new age.
¿Será suficiente reconocerme en un cerdo, o en una hormiga, con tal de seguir? ¿Será suficiente reconocerme a mi misma, después del paso del tiempo, después de ver el paso de tu tiempo en tu piel, para levantar la cabeza y dejar de ser la ahogada crónica? ¿Será suficiente mi galletita masticada? ¿O es que la señora del subte que grita sin parar en realidad tiene algo de coherencia en su saber?
Caminando por calle, un Lavalle y Discépolo de miércoles a la tarde, un café en la mano y el sueño golpeándome la espalda como la cuenta más pendiente de todas. Será suficiente, digo, y cierro la pregunta. Podría ser suficiente para vos, digo, y vuelvo a cerrar la pregunta.
Por supuesto que no. Por supuesto, que no. Por, supuesto que no.
Mirame bien y decime ¿es que acaso puede llegar a ser tan importante algo más que una confesión de invierno?
Ahora, también tenemos buenas intenciones. Y todos, todos nosotros, deberíamos vivir en la colmena de Cela sin decir ni mú.
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